Una de las tareas principales de la educación es ayudar a nuestros alumnos a convertir la información en conocimiento. En plena era de la información, ésta es abundante y asequible. Por ello, aprender no es saber cosas, sino aprender a gestionar la información. Nosotros seguimos empeñados en que nuestros alumnos sigan aprendiendo de memoria. Nuestro cometido sin embargo es que sepan enfrentarse a problemas y retos y sean capaces de resolverlos de forma autónoma.
Lo importante no es tanto lo que se enseña, sino cómo se enseña. El acento debemos ponerlo en lo que se aprende y no en lo que se enseña. Lo que nos interesa no es enseñar, sino lo que los alumnos aprendan. Hay que transferir el protagonismo de la actividad al alumno que es quién hace suya la información y transformarla en conocimiento significativo y funcional para él.
En el sistema tradicional, el profesor junto al libro de texto, era la única fuente de información. En este mundo en red en que vivimos, el conocimiento puede venir de fuentes muy diversas. La cantidad de información que se produce en el mundo cada minuto es brutal. En este artículo de Science puedes encontrar algunos datos. De este modo, si el profesor nunca lo supo todo, hoy tenemos que reconocer con humildad que sabemos menos que nunca. Pero sí hay algo que nadie puede hacer por nosotros, algo que además es imprescindible en la educación de hoy y que ningún ordenador podrá hacer por nosotros es acompañar a nuestros alumnos. Debemos ser mentores. Lo relevante hoy son los hábitos intelectuales, enseñar a aprender, no transmitir información. El profesor pasará de ser «sabio en la tarima» a ser un guía que te acompaña».
Los profesores debemos de dejar de ser tercos pedagógicamente hablando. Las clases igual para todos, donde todos hacen lo mismo, ya no nos sirve. Hoy en día sólo tiene sentido una escuela que personalice el aprendizaje. La velocidad y preparación para el aprendizaje de cada alumno es diversa. Sin embargo se actúa como si todos pudieran seguir el mismo ritmo.
He preguntado en ocasiones a mis alumnos qué criterios juzgan como importantes a la hora de saber si una fuente de información encontrada en la red es fiable o no. En nuestro centro se usa internet con frecuencia para buscar información. Hay dos elementos importantes a tener en cuenta en esta práctica. El primero es el que acabamos de mencionar y el segundo es cómo gestionamos esa información para convertirla en conocimiento.
Las preguntas que debemos hacernos, según mis alumnos, no se diferencias muchos de las que nos ofrece Robert Swartz a través del «National Center for Teaching Thinking». Según Swartz estas preguntas son:
1. ¿Cuál es la fuente de información?
2. ¿Qué información es importante obtener para determinar el grado de fiabilidad de la fuente?
3. Cuando tratas de obtener esa información, ¿Cuál es la información real que encuentras?
4. Basado en esta información, ¿Es la fiabilidad de esta fuente: probable, improbable o dudosa?
Las preguntas sobre la fiabilidad de la fuente que apuntan mis alumnos son:
1. ¿Cuál es la profesión del autor de la fuente? ¿Es experto en la materia?
2. ¿Dónde hemos encontrado esa fuente? ¿Es fiable?
3. ¿Cuál es la fecha en que se escribió esa fuente?
4. ¿Está patrocinada la fuente comercialmente? En caso afirmativo, ¿quiénes lo patrocinan?
Las preguntas pueden ser estas u otras que ayuden realmente a nuestros alumnos a descubrir si la fuente que está usando es fiable o no. Ellos deben saber gestionar la información que encuentran desde el principio. En esto, los profesores tenemos un papel fundamental y mucho más importante que la de ser meros transmisores de información.
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