Que esta página web sobre innovación educativa, lleve el nombre de un cura del siglo XIX puede parecer anacrónico. Sin embargo, es mucho lo que el modelo educativo de San Juan Bosco tiene que decir a la pedagogía de hoy. Su sistema preventivo sigue aportando mucho al quehacer de cualquier colegio. Es cierto que el modelo llevado a cabo por Don Bosco en el siglo XIX ya no es válido. Él mismo lo fue variando a lo largo del tiempo, pero también es verdad que sus intuiciones siguen siendo de total actualidad. Domingo Savio fue canonizado por la Iglesia Católica, fue alumno de Don Bosco y murió con quince años. Estoy convencido de que fue este joven uno de los precursores de la mediación y la ayuda entre iguales. Domingo creó un grupo cuyo cometido era mediar en los conflictos, acoger a los nuevos que llegaban a esa gran casa educativa que llamaban “Oratorio”. Para Don Bosco lo importante era la persona, se colocaba al alumno en el centro del hecho educativo, la educación emocional era condición indispensable para todo lo demás. Repetía continuamente a los educadores: “Procura hacerte querer”. Veamos algunos elementos del Sistema Preventivo y su aportación a la educación del siglo XXI.
1. El sentido de la autoridad
La “auctoritas” era una forma de legitimación social que procedía del saber, de la valía, una capacidad moral para emitir opiniones cualificadas que eran valoradas por la comunidad. Aunque carecía de valor vinculante legalmente, su fuerza moral era innegable.
La “potestas” por el contrario, hacía referencia a la capacidad legal para tomar decisiones; al cargo, al liderazgo formal, por entendernos.
Y quiero comenzar por aquí, porque en un tiempo donde los conflictos en algunas escuelas parecen ir en aumento, el Sistema Preventivo de Don Bosco, tiene mucho que decir. Los problemas de convivencia en los centros no se solucionan con más “potestas”, no se trata de convertir a los profesores en “autoridad pública”. No se trata de más normas, más castigos, más poder. Es necesaria más auctoritas.
Cuando los profesores ejercemos la “potestas” caemos en los siguientes riesgos:
- Desaparece toda capacidad de influencia positiva sobre los alumnos. Lo importante es el poder que se ejerce sobre los mismos.
- La motivación de los alumnos es baja. No hay razones, sólo hay que hacer las cosas “porque sí”.
- En este tipo de ejercicio de la “autoridad” prima el interés personal (tranquilidad del profesor) por encima del bien del grupo.
Sin embargo, en la “auctoritas”, no prima el cargo sino las cualidades, aptitudes y actitudes personales del profesor; aquí se comparten valores éticos y se persiguen objetivos comunes. Lo que realmente importa es la consecución del fin de interés general del grupo por encima del interés personal del profesor.
Esta forma de ejercer la autoridad tiene a su favor:
- La autoridad no viene con el título y el rol de profesor, sino de valores que comparte el docente con sus propios alumnos.
- La motivación de los alumnos es mucho más alta que la del modelo anterior, de forma que los integrantes del aula estarán dispuestos a dar más de sí que lo que inicialmente les fuere exigible por una mera obligación de índole legal o formal.
No es posible educar en la responsabilidad y en la democracia mediante obediencia ciega, mediante el distanciamiento y el miedo. No es tiempo de sumisión. No hay autoridad sin confianza, familiaridad complicidad y respeto.
Se confunde con demasiada frecuencia poder y autoridad. En un claustro todos los profesores tienen el mismo poder, pero no todos tienen la misma autoridad. Para conseguir la autoridad necesitamos de la confianza, mientras que para conseguir el poder basta la amenaza. (Peticlerc, 2016)
Desde esta perspectiva, se hace necesario el ejercicio del diálogo (Bohm, 1997). En todo momento debemos dar razones de las decisiones tomadas. Es importante saber escuchar a los alumnos. El diálogo no es discusión, en esta última lo de menos es escuchar, lo importante es preparar mis argumentos para “contraatacar” los argumentos del otro. Se trata de escucha abierta, tratar de comprender, ponerse en el lugar de nuestro alumno, de nuestro compañero.

2. La presencia activa del educador en medio de los alumnos
Donde realmente nos la jugamos educativamente es en la capacidad de acercarnos a los chicos. Es decir, en la calidad de las relaciones personales. Para Don Bosco, era siempre preferible que los jóvenes evitaran cualquier experiencia que pudiera hacerles daño a tener que subsanar después sus efectos negativos. Tenemos que hacer al joven autónomo y libre, pero no es posible la libertad sin la protección cuando se es más vulnerable. Esto es lo que Don Bosco llama asistencia. Esta palabra tiene connotaciones negativas hoy, pues se entiende de manera distinta; por ello vamos a llamarla, nosotros, presencia activa. Para llevar a cabo esta presencia activa es necesario en primer lugar estar en medio de los chicos, pero no de cualquier manera, hay que estar presente activamente. No se trata de vigilar los patios, del “turno de vigilante de pasillo” del “policía del recreo”. Se trata de estar al lado de ellos, de compartir juegos, de compartir conversaciones e intereses. Un educador investiga sobre la música de moda, sobre videojuegos, se interesa por lo que a los chicos les interesa, porque de esta manera hará que los alumnos se interesen también por los temas que les propone el educador.
Esta presencia activa tiene siempre una intención educativa. El educador no deja de serlo en ningún momento, delimita su rol y no olvida su objetivo educativo. Esta presencia debe ser además constante.
Desde esta perspectiva sobran en nuestras escuelas tarimas y mesas del profesor. El educador tiene muchos sitios donde sentarse, todos aquellos que están junto con sus alumnos para compartir, explicar, aclarar, preguntar, acompañar… pero los lugares de “poder” como es la mesa del profesor en el aula, separan, rompen la presencia activa. El profesor debe dedicar más tiempo a escuchar que a hablar. El efecto sanador que tiene sobre un alumno la escucha activa de su educador es más productivo que todas las lecciones del mundo, mucho más cuando estas lecciones saben a reproche. Ayudar a nuestros alumnos a expresarse emocionalmente es mucho más productivo que decirles “tienes que”…
Para que esta presencia activa sea posible es necesario también hacer crecer la familiaridad, ésta es la llave de la confianza y la confianza genera respeto. Se trata de congeniar con los alumnos, ponerse a su nivel. Un educador se siente a gusto entre sus alumnos. Tiene una especial vocación que le hace disfrutar de su trabajo. “La familiaridad produce el afecto y es el afecto el que engendra confianza” (Carta de Roma).
La disrupción y el conflicto es normal en educación (Torrego, 2007). Que un chico tenga un bloqueo emocional y no sepa como resolverlo, con bastante frecuencia genera un conflicto. La madurez del educador que se sabe colocar en el espacio y momento justo, aminora las consecuencias. No existe situación humana, ni en la escuela ni fuera de ella donde no exista el conflicto, nuestra tarea como educadores es saber gestionarlo. Crear vínculos emocionalmente maduros con nuestros alumnos previenen las consecuencias de estos momentos. Cuando un chico sabe que se le quiere y respeta, que las decisiones que se toman, le gusten o no, son siempre por su bien, gestionará mucho mejor sus emociones. Generar vínculos de confianza, desde la razón. Las cosas nunca son “porque las digo yo que soy tu profesor” la autonomía de la que queremos dotar a nuestros alumnos requiere diálogo, coherencia y humildad por parte del docente.
En el Sistema Preventivo de Don Bosco, el alumno, el joven, tiene un papel activo y central. En el aprendizaje cooperativo tenemos una gran oportunidad de actualizar hoy este protagonismo. La gran duda es cómo llegar a treinta o más alumnos a la vez en una clase. Don Bosco lo resolvía haciendo a sus propios alumnos aliados en el arte de educar. Los andamiajes, modelado, ayuda entre iguales, tutorías entre iguales y el propio Aprendizaje Cooperativo en sí hace realidad hoy una alianza entre docentes y alumnos que lo hacen posible. No es posible el Sistema Preventivo de Don Bosco en una clase tradicional. Nunca lo fue y nunca lo será.

3. La coherencia personal de los educadores
En otros tiempos el criterio de autoridad funcionaba por sí solo. “Lo ha dicho D. Ramón” era para los jóvenes de mis tiempos un criterio más que suficiente para la confianza. Hoy las cosas no funcionan así. Necesitamos un alto grado de coherencia. Los alumnos se fijan más que en lo que decimos, en lo que hacemos. Para crear este ambiente y clima de confianza y familiaridad es vital la coherencia. Es curioso que en mitad de una clase un profesor o profesora grite “¡pero queréis hablar más bajo!” No puede haber desfase entre el decir y hacer. Todos nos equivocamos, pero todos debemos tener la capacidad y la humildad de pedir perdón. También es importante la coherencia de los padres, cuando estos desautorizan a los profesores o cuando los profesores lo hacen con respecto a los padres les estamos poniendo en una situación complicada.
Bibliografía:
- Bohm, D. (1997). Sobre el diálogo (4º ed.) Kairós.
- Carta de Roma a la comunidad salesiana del Oratorio de Turín-Valdocco. Don Bosco y su obra. CCS, (2015). PP. 402-409.
- Peticlerc, J.M. (2016). La pedagogía de Don Bosco en doce palabras claves. CCS.
- Torrego, J. C. (. (2007). Mediación de conflictos en instituciones educativas. Madrid: Narcea.