Parece que está de moda hablar de innovación en todos los campos, y por supuesto, en educación también. Innovar se vende bien y son muchos los organismos educativos que se han apuntado a esta nueva ola de cambios.
La escuela, por propia definición debe ser siempre innovadora. Si entendemos innovación por adecuar nuestra acción docente a las necesidades de los alumnos, de las familias y el entorno. Innovar, se convierte entonces, en el quehacer normal del ámbito educativo. Debemos constantemente dar respuestas nuevas a necesidades nuevas. Pasar de la escuela Tío vivo que cada curso repite exactamente lo mismo y vuelve al mismo punto, a la escuela Auto de choques donde cada curso es una aventura en la cuál no sabes con quien te vas a encontrar, qué situaciones nuevas tendrás que afrontar, que giros tendrás que dar…
El mayor error que muchos centros suelen cometer es confundir tecnología con innovación. No se innova por tener ordenadores o tablets en las aulas, se innova cuando se trabaja por un fracaso escolar 0, un abandono de la secundaria de un 0%. Eso es innovar.
Las TIC no introducen la innovación didáctica por sí misma. Sobre todo, si la usamos con las metodologías de otras épocas. En muchos casos seguimos usando libros de textos, aunque ahora son digitales. Seguimos usando como única metodología en el aula la clase magistral, pero eso sí, con pizarras interactivas digitales. Podemos usar tablets y moodle para hacer los mismos ejercicios de siempre. Eso no es innovación.
La clave no es la tecnología, sino un cambio metodológico en el cual las actividades se centran en los intereses y necesidades del alumno. El objetivo es promover la cooperación, la autonomía personal, la motivación… No se trata de cambiar por cambiar, se trata, de poner de una vez a nuestros alumnos y a nuestras familias en el centro. No es utopía, es posible y podemos conseguirlo.